2011/02/05

Cap. II - Cuento

Viajando por los rincones de esta tierra llegue a un lugar muy bello, observé a una niña pequeña de unos tres años, de ojos azules, con rubios rizos. Jugaba, se reía, saltaba en el jardín florido y de árboles frutales. Su casa, en la colina, pintada de blanco, ventanales con estampadas cortinas, el tejado de un naranja amarronado.

A lo lejos, impetuosas, las montañas cubiertas de nieve y por sus laderas el sol dejaba correr alguno que otro hilo con destino al verde valle, que terminaba en un encantado lago. Ese paisaje era tal cual el cuadro pintado por el más talentoso artista.

En ese momento la puerta de la casa se abrió, apareció su madre, la niña al verla cortó una flor y corriendo las llevó a su madre, quien levantándola y apretándola hacia su corazón devolvió con un beso en tan rosada y tierna mejilla, por tan loable intención. Y feliz seguí mi viaje...


Ese viaje que me detuvo en una gran ciudad, luces, ruidos de bocina, personas que iban y venían, tránsito intenso; mientras veía un anciano con lento andar esperando el cambio de la luz del semáforo para cruzar la calle, un joven se coloca su lado y le ofrece acompañarlo, cual lazarillo lo toma del brazo cruzando la transitada avenida, ya en el otro lado se despiden con sonrisas. Y en esa pequeña y gran acción estaba la grandeza de un ser.


Continuaba el largo viaje, el ruido era lejano. Esto indicaba que me acercaba a un pueblito de casas bajas. Anochecía, las luces encendían.

De repente miré, era una casa de dos plantas, era el hospital del pueblo. Dentro, un médico cansado, aguardando la hora de su retiro, pensando en un baño caliente, una cena liviana, el descanso. Mientras se despedía de todos rumbo a su hogar, su vocación lo obliga a regresar porque en ese momento ruidos, gritos entremezclados de auxilio y dolor. Ha ocurrido un accidente, aquel médico examina la víctima y ordena: "al quirófano".


Preparan todo, lava sus manos, coloca los guantes, el guardapolvo, comienza la lucha de salvar una vida. Su cansancio era grande, pero más grande su responsabilidad y el valor que le da a una vida.


Las horas pasan, sus familiares esperan, el comentario en los pasillos "fue al salir de una mina, él era el último y una viga falló, y se le cayó encima". Otros comentan "logramos sacarlo pero muy golpeado". Más allá, su esposa, los hijos lloran suplican a Dios. Las horas pasan, la angustia crece, y es en ese momento cuando el médico aparece, ojeroso, con brillo en sus ojos y una sonrisa: "Está fuera de peligro".


La esposa del paciente besa las manos del facultativo, se le escucha decir "gracias, gracias". Y el médico con la humildad de los grandes le hice "por favor, sólo cumplí con mi deber". Su corazón rebosa de júbilo y se marcha a su casa sintiéndose bien.


Luego de esta lección, sigo mi viaje.

2011/02/01

CAPÍTULO II

"Sólo con el corazón puede verse correctamente. Lo esencial es invisible al ojo humano"

Antoine de Saint-Exupéry