2010/09/08

CUENTO CORTO

Voy a narrarles algo que me aconteció hace varios
años atrás.
Fue un veinticinco de Diciembre, el día anterior nos reu-
nimos toda la familia para festejar la Navidad, todos juntos y,
que mejor ir a la montaña y al río.
Así fue que a la mañana fuimos en dos autos, ya que éra-
mos muchos, todo era risa, cantos, pero no nos imaginába-
mos lo que nos iba a suceder ese día.
Continúo. Admirábamos y elogiábamos el paisaje, la be-
lleza de los cerros, sus coloridos. Llegando a Potrerillos,
buscando un lugar para acampar. Todos estaban ocupados,
de pronto un lugar ideal, un poco lejos debíamos dejar los
autos a la vera del camino y bajar, en una parte había que
cruzar una senda pequeña, angosta, muy pegada al río (yo
le llamaría caminito del indio) ya que había que atravesarlo
en hilera, uno detrás del otro. Pasando esto, ya todo era am-
plio y cómodo, donde podríamos hacer un rico y tradicional
asado, los niños jugar y pasar un día bello y descansado.
Mi esposo iba a la punta le dijo a mi hija Zulma de dieci-
séis años. Mejor a la nena la llevo yo, así podes caminar
mejor por aquí.
Detrás de él se ubicó mi hija Mónica, de doce años, luego
yo, seguía mi hija Viviana de veintidós años, detrás el resto
de la familia. Sentimos un ruido enorme y vimos como se
desmoronaba parte del caminito, el agua había socavado
por debajo todo, cayendo mi esposo, abrazando a la niña,
Mónica también cayó, mi lugar no se movió. En ese momen-
to, Oscar, mi hijo de veinticinco, reaccionó y sacó a Mónica
del agua, que solo fue arrastrada un par de metros, inmedia-
tamente ahí nos dimos cuenta que el río se llevaba al abue-
lo con Gabi de ocho meses en brazos, lo único que se veía
era su espalda, Oscar corrió hasta la zona más alta, de allí
se tiró en un instante desesperado por salvarles la vida, la
corriente era fuerte, llevaba piedras grandes, troncos jarilla-
les, greda (esa creciente luego arrasaría Mendoza) bracean-
do alcanzó a estos, más o menos ya estaban a cincuenta
metros de distancia, tomándolo del brazo lo arrastró hasta
llegar a la orilla, los subió arriba. El seguía teniendo a la niña
abrazada fuertemente. No había vacilado un momento, sa-
cando fuerza de donde no tenía, para impedir que el agua se
llevara a la niña.
Al llegar a él pensando lo peor, me di cuenta que los dos
estaban con vida, mi esposo golpeado, lastimado, y he aquí
que el más maravilloso milagro... la nena, como si estuviera
dentro de una burbuja, no había tragado agua, a pesar de
haber estado completamente debajo del agua por varios mi-
nutos, ni siquiera estaba mojada. Al verla caí de rodillas
agradeciendo a Dios la grandiosidad de su protección, luego
todos nos reuníamos y reíamos todavía nerviosos por lo
acontecido, una ves más Dios me mostró que siempre esta-
ba a mi lado.

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